Sonrisas que acompañan

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Los artistas voluntarios de Payasos Sin Fronteras trabajan en el campo de tránsito de Gevgelija en Macedonia. Su misión: brindar apoyo emocional a través de la risa y la comicidad universal a migrantes y refugiados que llegan a Europa.

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© Samuel Rodríguez

Nashuan tiene 42 años, es médico y ha huido de Siria con su mujer y su hijo. Tras trabajar ocho años en Kuwait decidió volver a su país poco antes de que empezase la guerra. Hasta que Estado Islámico destruyó su clínica y decidió emprender la ruta hacia Europa. Llegó con su familia a Grecia desde Turquía en barco, y en autobús hasta el campo de tránsito de Gevgelija, en Macedonia, donde esperan un tren que los lleve a la frontera con Serbia para continuar el trayecto hacia Alemania. Nashuán nos comenta tras el espectáculo:

“Creo que no solamente la actuación de los artistas, sino que el clima en general que se crea con los espectáculos es bueno para nosotros. Necesitamos reír… vuestra acción es buena para la mente y el corazón”.

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Detrás de cada una de las miles de personas que escapan hacia Europa etiquetados como migrantes o refugiados hay una historia invisible de determinación y fortaleza. Una historia de lo que dejan atrás y de lo que esperan de Europa. Una historia, en definitiva, de supervivencia. En el recinto de tránsito de Gevgelija organizaciones como La Strada, UNICEF, Cruz Roja o el ACNUR tratan de facilitar su camino durante las horas que pasan dentro de ese recinto controlado por las fuerzas de seguridad macedonias, acompañándoles con ropa, comida, carpas en las que resguardarse de la intemperie a la espera del tren y proporcionando espacios exclusivos para la infancia y para familias para que puedan asear a sus pequeños y descansar. Además de toda esa ayuda, estas personas precisan de un acompañamiento emocional, necesitan ser escuchados, poder hablar y compartir su historia. Es necesario romper la barrera que les separa de los no migrantes, es necesario que se sientan atendidos en su estrés, en la tensión y el miedo que acumulan a sus espaldas. Y eso es lo más difícil, no sólo por las dificultades del idioma, sino por la propia realidad del espacio en el que trabajan estas organizaciones: es un espacio de tránsito en el que grupos de hasta un millar de personas cambian cada pocas horas. Imposible atenderles a todos a nivel personal a pesar de la buena voluntad de voluntarios y trabajadores humanitarios.

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Pero el cansancio emocional es a menudo el más peligroso, el que más huella deja y el peor enemigo en su ruta. Conocimos un señor afgano que había perdido su dinero en la travesía hasta Lesbos y que, acompañado de mujer e hijos, intentaba averiguar las posibilidades de subirse al tren, el billete del cual vale 25 euros por adulto y 25 euros por cada 2 niños, bebés gratis (el precio es 5 veces superior al ticket ordinario para el mismo trayecto Gevgelija-Frontera Serbia). Otro señor que, colapsado, no podía dejar de llorar sentado en un rincón del campo de Gevgelija y que entre sollozos no conseguía decir nada entendible. Quien le traducía del farsi al inglés, otro compañero migrante, no sabía que traducir. Estaba exhausto, física y emocionalmente. La ruta de los refugiados no es solo un camino de esfuerzo físico agotador, también es una prueba de fortaleza emocional inimaginable que reflejan los rostros de estas personas. A pesar de la adversidad no tienen otra opción más que la de fortalecerse como puedan, apoyándose en amigos y familiares, no se pueden permitir el lujo de no poder seguir su ruta debido al estrés emocional. Su capacidad resiliente es admirable a la vez que dolosa. Dolosa porque hacen ese trabajo solos, sin que apenas nadie pueda darse cuenta del esfuerzo que significa, sin que apenas nadie pueda sentarse a hablar con ellos.

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Es precisamente para rellenar sus depósitos de energía emocional, para reforzar esa capacidad de resiliencia ante la adversidad para lo que trabaja Payasos Sin Fronteras. Para hacerles reír y relajar por unos minutos. Minutos en los que dejan sus mochilas en el suelo, rompen a carcajadas los más pequeños y los más grandes, minutos en los que se abrazan, saltan y bailan con los anónimos artistas de Payasos Sin Fronteras. Comprenden y se mezclan con el humor desde el primer instante, lo necesitan tanto como el bocadillo que les facilitan a la entrada del recinto de tránsito en Gevgelija. Es alimento para el alma, energía intangible pero imprescindible para seguir el camino. Las horas que esperan al tren hacia Serbia se alteran y revolucionan para siempre con los artistas de PSF que les obligan a disfrutar sin más, a reírse porque sí. Actúan tanto en los citados espacios reservados para familias como en espacios abiertos del recinto, o dentro de las carpas de espera. Espectáculos para todos, porque todos necesitan desconectar, reírse, abrazarse y bailar: desde un grupo de muchachos que al acabar la actuación de PSF piden más música y se lanzan a un breakdance, hasta el padre de familia que toma el pelo a Nacho, uno de los payasos, escondiéndole una de sus bolas de malabares, o los más pequeños que se vuelven ojipláticos ante los trucos de magia de Enric o el arco y flechas virtual de Vicky. Durante 20, 30 minutos las carpas con 400 o 500 personas se organizan en un corro alrededor de un altavoz con música y 3 artistas dispuestos a no dejarles desvanecer.

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La importancia de la risa en el camino

Payasos sin Fronteras atiende a infancia refugiada y desplazada y sus familias desde 1993, cuando inició sus actividades precisamente durante la guerra en la ex-Yugoslavia, y lo hacen en todos los territorios a los que puedan llegar en condiciones mínimas de seguridad y a donde les alcance el presupuesto. Es, en palabras del Gerente de la organización Carlos Requena, “la poesía en la acción humanitaria”, la intervención que no se puede contabilizar en kg o litros pero sí en miles de sonrisas. Un intangible de valor tan incalculable como el que tiene aquel amigo que te escucha y te abraza cuando más lo necesitas y además lo hace sin preguntarte nada. Voluntarios que cruzan Europa en sentido opuesto al que lo hacen los refugiados con el único objetivo de hacerles reír a ellos y a sus hijos, para que la risa se torne energía que les acompañe en el camino.

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Al inicio de las actividades en Gevgelija existía cierto escepticismo en algunas organizaciones sobre la pertenencia de la labor de Payasos Sin Fronteras, sin embargo, a medida que pasaron los días su presencia se ha convertido en imprescindible. “La intervención de PSF es importante porque hay muchos momentos de espera, los refugiados vienen agotados y este es un momento que tienen para reír, sacar la tensión a través de la risa y no pensar en lo que han dejado en sus países”, comenta la payasa Victoria Alcaraz, veterana voluntaria de PSF y miembro del equipo que ha iniciado las actividades en Macedonia.  “Quizá nuestra aportación es más espiritual, más del alma pero es igual de necesaria que la alimentación y la atención sanitaria, se complementan”, explica el payaso asturiano Nacho Camarero, coordinador del equipo de artistas.
Por su parte, uno de los empleados de Cruz Roja en Gevgelija, Kemal Shkrijel, destaca la necesidad de atender el lado más invisible de este sufrimiento: “Los refugiados necesitan a alguien que simplemente les toque, les sonría porque estas sonrisas que les están entregando los payasos son lo mejor. Es algo especial lo que ha pasado en este campo, algo que no esperábamos el primer día que vinieron… el primer día que vinieron dijimos, mirad los payasos están aquí, qué están haciendo, cuál es su trabajo y entonces empezaron a hacer reír a todo el mundo”.

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Payasos Sin Fronteras seguirá atendiendo a los refugiados que llegan al campo de tránsito de Gevgelija y en la localidad griega de Idomeni (justo al otro lado de la frontera) durante las próximas semanas. Además otros equipos de payasos sin fronteras de otros países llevan a cabo la misión en Calais, Estocolmo, Atenas, Berlín, Lesbos… Se trata de una intervención en emergencia en la que se unen esfuerzos entre todas las secciones de Payasos Sin Fronteras y Clowns Without Borders en Europa para llegar al mayor número de personas. Al trabajo en Europa hay que sumar el que PSF realiza en Irak (Kurdistán), Líbano y Jordania atendiendo también a miles de desplazados y refugiados debido a la guerra en Siria y a los combates entre Estado Islámico y fuerzas kurdas y ejército iraquí en Irak.

¿Cómo se organiza el trabajo  de los voluntarios de Payasos sin Fronteras en Gevgelija?

Cada situación a la que se enfrentan los artistas es distinta, no es lo mismo realizar actividades en campos de refugiados establecidos que en un espacio de tránsito como el de Gevgelija. En Macedonia, por un lado los artistas realizan actuaciones más dinámicas para el público en general en las afueras del campo y las carpas grandes y, por otro, acciones más íntimas en las carpas habilitadas para madres y niños de Unicef. “Preparamos los espectáculos con una puesta en común, cada uno con su disciplina, y normalmente hacemos entre tres o cuatro actuaciones al día. Estamos pendientes de cuándo vienen los trenes y actuamos según las circunstancias ya que este es un sitio de paso, no un campo de refugiados estable”, explica el payaso valenciano Enric Muñoz.

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“Es muy importante, esencial, tener a estos payasos para entretener a las personas porque esto se refleja en la energía, en el alma y les permite recuperarse y seguir con su trayecto”, explica Mohamed Ugool, coordinador de emergencias de UNICEF en Macedonia. Porque a pesar de tener a la infancia como grupo de atención prioritario, las acciones de los payasos terminan siendo una respuesta de buen humor en cadena para niños y adultos: “Debo mencionar un momento especialmente interesante que vi. Hace cinco días llegó mucha gente al campo que estaba esperando fuera porque no había suficiente espacio para todos en las carpas y, en un momento, cuando la gente estaba nerviosa y tensa, los payasos fueron allí en medio del caos donde estaban niños y adultos. Entonces la gente empezó a reír, podías ver sonrisas en sus caras”, aclara la responsable del equipo de La Strada en Gevgelija, Meri Naumova. Y añade: “Creo que los payasos están haciendo un gran trabajo, no solamente para los niños sino para todas las personas que están aquí”.

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El día a día en el campo de tránsito

El campo de tránsito de Gevgelija se abrió a finales de agosto debido a la afluencia descontrolada de refugiados que llegaban a la estación central de este pueblo fronterizo de apenas 15.000 habitantes.  A pesar de que el establecimiento del campo ha puesto cierto orden en el paso de estas personas, su escaso espacio y los colapsos en las fronteras serbia y griega hacen que a menudo se acumulen hasta un millar de personas fuera del recinto, a la intemperie, esperando a entrar. El invierno se asoma y las condiciones se prevén mucho más complicadas.

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Cada día llegan a Gevgelija durante el día y la noche alrededor de entre 4.000 y 7.000 migrantes y refugiados, con días pico de hasta 13.000. Macedonia es en un país con poco más de dos millones de habitantes. La mayoría de quien arriba a Gevgelija son jóvenes y hombres pero cada vez hay más familias completas con mujeres y niños. Un 80% proceden de Siria y el resto de otros países en conflicto como Afganistán, Irak, Pakistán, Somalia y Eritrea entre otros, según el registro realizado por el Ministerio de Interior macedonio. Una vez dentro del campo reciben la atención de distintas organizaciones de ayuda humanitaria y descansan en las carpas habilitadas hasta la llegada del próximo tren. Aunque llegan alrededor de siete trenes diarios los horarios son totalmente irregulares de manera que a veces llegan minutos después de la entrada de refugiados y otras pasadas varias horas. Se trata de un tren de pasajeros que cuando circulaba con normalidad tenía un precio de 6€ por persona y ahora cuesta 25€, alegando que han de devolver los trenes vacíos de vuelta a Gevgelija y que ello encarece el transporte. El gobierno intenta que cuantos más suban a los trenes mejor, si bien es imposible dar cabida a todos y muchos grupos son derivados a autocares situados fuera del recinto.


En este vídeo podéis ver el gran trabajo que está realizando Payasos Sin Fronteras en Gevgelija (Macedonia).

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