Les Veus de l’aigua, de Pepe Navarro

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Hoy os queremos presentar un libro que en realidad es un proyecto humanitario con el que queremos colaborar y al que os invitamos a sumaros, «Les veus de l’aigua»

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Un libro de fotografías de Burkina Faso, en blanco y negro y en color, que nos muestra la vida cotidiana de este país, con sus alegrías y sus problemas. Niños riendo y bañándose en época de lluvias, mujeres y niños en los pozos recogiendo agua potable, los transportes, a pie, en bicicleta, en burro, camión…La arquitectura, los hombres, mujeres y niños en distintas situaciones y retratos: caras serias o sonrientes, atuendos occidentales o no, solos o en grupos… Es el libro de fotografías más completo que existe de este país del Sahel.

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El fotógrafo Pepe Navarro ha viajado a Burkina en febrero del año 2.000 y en septiembre de 2014. Entre el periodo que separa los dos viajes algunas cosas han cambiado, otras no tanto.

El prólogo es de Federico Mayor Zaragoza y tiene además textos de Lluís Mallart, antropólogo africanista de gran prestigio, de la periodista y escritora Maruja Torres, de Pep Bernadas, el dueño de la librería Altair, de Alain Sissao, catedrático de la Universidad de Ouagadougou, de Fatto Batenga, presidenta de una ONG burkinesa, y del mismo Pepe Navarro entre otros más.

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Los textos, junto con las fotos intentan explicar diversos aspectos de la vida en Burkina, sus costumbres, sus trabajos y su riqueza cultural.

Los textos escritos en castellano, catalán y francés están traducidos al final. Es un libro trilingüe.

Ha sido Editado por Aigua per al Sahel con la colaboración de l’Àrea Metropolitana de Barcelona, Ajuntament de Santa Coloma de Gramenet y Natura.

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El propio Pepe Navarro nos explica el proyecto en sus propias palabras.

Soy fotógrafo y soy amigo. Desde que conocí a las creadoras de Aigua per al Sahel me he mantenido, aún desde la distancia, a su lado. Sólo precisan solicitar mi colaboración y la tienen concedida de antemano. Porque creo en ellas y en la gran labor que, desde hace años, vienen desarrollando en Burkina Faso. Y a la que me han invitado, en varias ocasiones, a sumarme.

Y, en dos ocasiones, sumarme significó viajar a Burkina Faso con el fin de tomar fotografías de su gran trabajo allí realizado: financiación y construcción de pozos para abastecer de agua potable a los habitantes de los poblados más alejados de los centros urbanos y privados del bienestar que éstos pueden procurar.

Mi primer viaje lo hice en el año 2000. El segundo en el 2014. En ambos traté de “entender” el “problema del agua” tan a fondo como fui capaz de acercarme a entenderlo.

Descubrí la verdadera importancia de disponer de un cubo de agua en medio del calor abrasador del Sahel. Llegué a comprender que, privados de agua, los habitantes de las aldeas remotas no pueden solucionar sus problemas básicos de higiene. No pueden permitirse emplear el resto de agua, que les quedó después de cocinar, para limpiar las heridas de los niños que, por caminar muchas veces con los pies desnudos, regresan al poblado con heridas. Que luego se infectan. Y empeoran. Y pueden llegar a matar. Sin que nada ni nadie logre evitarlo.

Porque, privados de algo tan esencial como el agua, a ellos no les está permitido imaginar cómo serían las cosas si esa escasez fundamental dejara de serlo. Y los doctores quedan lejos. Y los caminos no siempre permiten caminar. Y los políticos andan resolviendo jeroglíficos de futuros esplendorosos en los periódicos internacionales.

Ellos, los pobladores del país sin agua, aceptan la realidad de su mala suerte. Y, con total normalidad, se entregan al simple cometido de vivir su vida lo mejor que saben y pueden. Sin demasiadas esperanzas. Sin demasiadas quejas. Ajenos a todo aquello que les mantiene lejos de lo mejor. Felices, pese a todo, de estar vivos y de poder crear a su vez vida.

Una vez les pregunté: ¿y cómo pasan ustedes sus días sin agua y sus noches sin luz? Me respondieron esto: nos juntamos todos en el centro del poblado y cantamos y bailamos y, cuando hay luna llena, cantamos y bailamos el doble. Así. Como quien le está agradecido a la vida por su inmensa capacidad de regalar belleza. Pese a todo.

Me impresionó su respuesta. Tanto que no soy capaz de olvidarla. Y que la repito a quien me pregunta qué pienso. Eso es lo que pienso – respondo – que es necesario aceptar que debemos aprender de ellos a bailar y a reír. Y a enamorarnos de la luna llena. Y a caminar por los caminos tan estrechos que, a veces, la vida pone bajo nuestros pies.

Y también respondo que podemos ser generosos como ellos. Como el niño que ¿cómo olvidarlo? agradecido por mi presencia circunstancial en su aldea, se empeñó en regalarme su juguete más querido: un avión de madera que él mismo había tallado, copiando la forma de los aviones que, de vez en cuando, aparecían en el cielo y sobrevolaban su poblado.

Me regaló su avión. Corrió a buscarlo en el interior de su choza, se presentó frente a mí con una gran sonrisa en su cara, extendió sus brazos en dirección a mí y me regaló su avión.

Quise no aceptarlo, pero no pude. No me lo permitió. Su avión era para mí.  Era mi avión.

Así que, me subí a mi avión y volando en él, me marché. De regreso a todos los días de felicidad que sueño que, un día no lejano, llegarán hasta la puerta de las casas de todos aquellos que, desde hace siglos, la esperan. La merecen. La necesitan.

Cada vez que se me ocurre recordar cómo fue que María Rosa, Montse y yo nos conocimos, siento dentro de mí mucha alegría. No es preciso añadir otras palabras. Siento alegría.

Por haber tenido la suerte de conocerlas. Y por haber podido ser parte de su proceso de acercamiento a la normalidad que yo deseo que gobierne nuestro mundo.

Porque regalar agua es crear normalidad. Es crear puentes de esperanza y de calidez. Es abrir puertas que han permanecido cerradas por el egoísmo tenaz de todos aquellos que sólo pensaron, y piensan, en enriquecerse a costa de millones y millones de seres humillados por su absoluta necesidad de apoyo y de comprensión.

Ellas, a su manera y con mucha decisión, un día dijeron basta. Hoy ellas, y otros muchos que se han sumado a su bello esfuerzo de solidaridad, siguen diciendo basta.

Basta.

Y siguen. Y seguimos. Poniendo piedra sobre piedra en el puente que se eleva sobre los mares y cruza los mundos. Y llega, sin dudarlo, hasta el corazón profundo de la vida. Y la eleva. Y la obsequia. Y la comparte. Y la quiere ver repetida en todos y cada uno de los rostros de los hombres y mujeres que son planeta. Alma. Sueño. Juego. Amor.  

Un puente de sonrisas, de entrega, de voluntades firmes. Un puente de agua.

En el que yo quiero poder beber, sumergirme y nadar. Junto a todos. Ellos y yo. Nosotros. Todos.

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